... Y llegó el PSOE y se quitó por fin la careta. Lleva seis años gobernando Zapatero y proclamándose a viento y marea como el defensor de los derechos de las clases trabajadoras, pensionistas, parados, dependientes ... y de repente, de un plumazo se carga la ayuda a los nacimientos de los bebes, suspende la ayuda al desarrollo, reduce la inversión estatal, congela las pensiones y disminuye el sueldo de prácticamente 4 millones de asalariados públicos. Todo el mundo coincide en que no son precisamente medidas sociales... hasta el mismo gobierno. Los miembros del ejecutivo no saben como explicar este cambio de política: “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, “los acontecimientos de esta última semana nos han obligado a lanzar un claro mensaje a los mercados”, dicen en alusión a los movimientos bursátiles que estaban perjudicando el valor del Euro. Resulta que han tenido que improvisar tanto, han tenido que hacerlo todo tan rápido que ni siquiera han tenido tiempo de esconder las medidas, de venderlas de otra forma... simplemente han tenido que aparecer como lo que son... secuaces al servicio del sistema Capitalista.
Lo que ha pasado en esta semana no es nuevo. Lleva pasando muchísimos años, podemos hablar ya de siglos. Desde que el capitalismo se impone como sistema económico preponderante los distintos estados van modificando sus estructuras políticas y jurídicas para sustentar toda esa forma de hacer economía, es decir, toda esa forma de explotar los recursos del planeta y de redistribuirlos posteriormente. Durante los dos siglos de historia de triunfo capitalista, los Estados han ido adaptándose a las necesidades de los que buscan beneficios económicos a través de las distintas fórmulas posibles. Cuando los capitalistas nacionales han entendido que les era conveniente cerrar las fronteras del mercado poco han tardado en olvidarse de los “sacrosantos mandatos” de Adam Smith sobre el libre comercio. Pronto se olvidó el capital del liberalismo económico y político cuando necesitó de una férrea dictadura militar para sostener el orden social que permitía mantener los beneficios privados a un buen recaudo. Y pronto le pegó la patada al patriotismo defensor de las empresas nacionales cuando lo que necesitaba era facilitar la fluidez del capital extranjero o la eliminación de trabas que aumentaban el gasto comercial. Es por eso que los Estados capitalistas adquieren infinidad de formas, dictaduras, dictablandas, monarquías parlamentarias, repúblicas... y son capaces de incluir gobiernos de distintas sensibilidades, liberales, nacionalistas, socialdemócratas, verdes, etc. Pero todos, TODOS cumplen un mismo requisito. Todos se arrodillan ante el Capital y sus intocables beneficios.
¿Y cuáles son esos dichosos beneficios de ese capital?... pues el beneficio capitalista puede venir de distintas fuentes, aunque en su base sólo está una. Hoy se habla mucho de los especuladores financieros. La especulación financiera lo único que hace es tratar de obtener beneficios del sobrevalor (es decir un valor falseado) de las cosas. Pero en última instancia, el valor de las cosas lo proporciona básicamente el trabajo. Y el trabajo lo realiza un asalariado, el cual deja de recibir parte de la riqueza que él mismo genera porque ésta se convierte en plusvalía para el propietario de los medios con lo que trabaja. Es decir, los beneficios del capital se obtienen, en esencia, del trabajo no pagado al asalariado y convertido en plusvalía. Es por eso que el capital siempre tratará de disminuir las retribuciones del asalariado a un mínimo imprescindible (su propia manutención o la posibilidad de convertirlo además en consumidor). El Capital nunca va a renunciar a sus beneficios, ya sean extraídos del trabajo directamente o de la especulación con el valor de las cosas producidas. Y para ello el Capital los impone a cualquier otro tipo de consideraciones o beneficios de otro calado, mejorar la salud pública, el bienestar social, la cultura, las relaciones humanas, el medioambiente. El Capital no permitirá nunca que nada se interponga en su camino eterno hacia el beneficio constante. Si es necesario agotar los recursos planetarios, se hace. Si es necesario que más del 80 % de los seres humanos vivan muy por debajo del umbral de la pobreza, se hace. Si es necesario bombardear e invadir un país, se hace. Si es necesario emplear energía contaminante, con riesgo de general graves problemas de salud pública, se hace. El Capital siempre impone sus intereses y los Estados, sumisos, simples agentes del mismo, cumplen efectivamente con su misión.
“Hemos hecho lo que teníamos que hacer”, dicen los miembros del gobierno. Y ahí no mienten. Han hecho lo que tenían que hacer, lo que el Capital les imponía, aún a costa de hacer trizas las banderas que hasta hace sólo unos días ondeaban junto a la rosa socialista. “No saldremos de esta crisis a costa de los más débiles” decía Zapatero. Ahí lo tienen, tragándose sus palabras, y el resto de miembros del partido con las orejas hacia atrás, tratando de defender lo que hace unos días criticaban.
No, no es nuevo lo que ha pasado esta semana. Sólo se ha hecho aún más evidente la realidad diaria. Y se ha hecho evidente porque no ha habido tiempo de maquillarla, de esconderla, de justificarla adecuadamente. La pelota, como siempre, está en nuestro tejado. ¿Qué vamos a hacer? ¿Seguimos aceptando este sistema? ¿Hasta cuando? ¿Cuáles son nuestros límites?.
Otro mundo es posible. Otro sistema económico, otras formas de relaciones humanas, otras estructuras... Y las tenemos que crear la clase trabajadora que somos la otra parte, la opuesta al Capital, la que le genera todos sus beneficios y la que sólo recibe lo que el Capital está dispuesto a ceder.
Lo que ha pasado en esta semana no es nuevo. Lleva pasando muchísimos años, podemos hablar ya de siglos. Desde que el capitalismo se impone como sistema económico preponderante los distintos estados van modificando sus estructuras políticas y jurídicas para sustentar toda esa forma de hacer economía, es decir, toda esa forma de explotar los recursos del planeta y de redistribuirlos posteriormente. Durante los dos siglos de historia de triunfo capitalista, los Estados han ido adaptándose a las necesidades de los que buscan beneficios económicos a través de las distintas fórmulas posibles. Cuando los capitalistas nacionales han entendido que les era conveniente cerrar las fronteras del mercado poco han tardado en olvidarse de los “sacrosantos mandatos” de Adam Smith sobre el libre comercio. Pronto se olvidó el capital del liberalismo económico y político cuando necesitó de una férrea dictadura militar para sostener el orden social que permitía mantener los beneficios privados a un buen recaudo. Y pronto le pegó la patada al patriotismo defensor de las empresas nacionales cuando lo que necesitaba era facilitar la fluidez del capital extranjero o la eliminación de trabas que aumentaban el gasto comercial. Es por eso que los Estados capitalistas adquieren infinidad de formas, dictaduras, dictablandas, monarquías parlamentarias, repúblicas... y son capaces de incluir gobiernos de distintas sensibilidades, liberales, nacionalistas, socialdemócratas, verdes, etc. Pero todos, TODOS cumplen un mismo requisito. Todos se arrodillan ante el Capital y sus intocables beneficios.
¿Y cuáles son esos dichosos beneficios de ese capital?... pues el beneficio capitalista puede venir de distintas fuentes, aunque en su base sólo está una. Hoy se habla mucho de los especuladores financieros. La especulación financiera lo único que hace es tratar de obtener beneficios del sobrevalor (es decir un valor falseado) de las cosas. Pero en última instancia, el valor de las cosas lo proporciona básicamente el trabajo. Y el trabajo lo realiza un asalariado, el cual deja de recibir parte de la riqueza que él mismo genera porque ésta se convierte en plusvalía para el propietario de los medios con lo que trabaja. Es decir, los beneficios del capital se obtienen, en esencia, del trabajo no pagado al asalariado y convertido en plusvalía. Es por eso que el capital siempre tratará de disminuir las retribuciones del asalariado a un mínimo imprescindible (su propia manutención o la posibilidad de convertirlo además en consumidor). El Capital nunca va a renunciar a sus beneficios, ya sean extraídos del trabajo directamente o de la especulación con el valor de las cosas producidas. Y para ello el Capital los impone a cualquier otro tipo de consideraciones o beneficios de otro calado, mejorar la salud pública, el bienestar social, la cultura, las relaciones humanas, el medioambiente. El Capital no permitirá nunca que nada se interponga en su camino eterno hacia el beneficio constante. Si es necesario agotar los recursos planetarios, se hace. Si es necesario que más del 80 % de los seres humanos vivan muy por debajo del umbral de la pobreza, se hace. Si es necesario bombardear e invadir un país, se hace. Si es necesario emplear energía contaminante, con riesgo de general graves problemas de salud pública, se hace. El Capital siempre impone sus intereses y los Estados, sumisos, simples agentes del mismo, cumplen efectivamente con su misión.
“Hemos hecho lo que teníamos que hacer”, dicen los miembros del gobierno. Y ahí no mienten. Han hecho lo que tenían que hacer, lo que el Capital les imponía, aún a costa de hacer trizas las banderas que hasta hace sólo unos días ondeaban junto a la rosa socialista. “No saldremos de esta crisis a costa de los más débiles” decía Zapatero. Ahí lo tienen, tragándose sus palabras, y el resto de miembros del partido con las orejas hacia atrás, tratando de defender lo que hace unos días criticaban.
No, no es nuevo lo que ha pasado esta semana. Sólo se ha hecho aún más evidente la realidad diaria. Y se ha hecho evidente porque no ha habido tiempo de maquillarla, de esconderla, de justificarla adecuadamente. La pelota, como siempre, está en nuestro tejado. ¿Qué vamos a hacer? ¿Seguimos aceptando este sistema? ¿Hasta cuando? ¿Cuáles son nuestros límites?.
Otro mundo es posible. Otro sistema económico, otras formas de relaciones humanas, otras estructuras... Y las tenemos que crear la clase trabajadora que somos la otra parte, la opuesta al Capital, la que le genera todos sus beneficios y la que sólo recibe lo que el Capital está dispuesto a ceder.
(Francisco Javier es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Sevilla, profesor de secundaria y asiduo colaborador de Vientos del Pueblo)
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