Intervención de la escritora y ex-directora de la Biblioteca Nacional en el acto de solidaridad con Baltasar Garzón que tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona el pasado 20 de abril. La versión castellana del texto, originalmente leído en catalán, la preparó para SinPermiso la propia autora.
Cuando se produjo lo que Vivenç Navarro ha definido como “inmodélica transición”, a un viejo republicano que había vivido en el exilio durante muchos años, al ver que el régimen nacido de un golpe de estado se convertía en democracia con paz franciscana, borrando la memoria de tanta injusticia y tantos sufrimientos, y dejaba a la República legalmente constituida en vía muerta, se le llenó el alma de amargura y decepción, se encerró en sí mismo y no volvió a hablar nunca más. Murió cinco años después, en 1984.
Fueron muchos los que lo acusaron de no querer dialogar, de quedarse en el pasado y de no volver a mirar hacia un futuro democrático que la transición, decían, nos aseguraba.
Han pasado los años y poco a poco, el miedo a los fascistas y a sus crímenes, que habían mantenido el país en un orden siniestro durante 40 años, ha ido desapareciendo y no sólo las familias de los centenares de miles de víctimas de la dictadura, sino buena parte de la sociedad, reclama para ellas, las victimas del fascismo español, la justicia y la memoria que pretendían ser anuladas con una ley de amnistía decretada incluso antes de ser promulgada la Constitución. Una amnistía, pues, pre-constitucional pero, además, no aplicable a los crímenes contra la Humanidad (como el genocidio y las desapariciones) en virtud de la Declaración de los Derechos Humanos y de diversos Convenios Internacionales suscritos y ratificados todos por España y que, según la Constitución, forman parte de nuestro ordenamiento.
Pero también ha desaparecido toda la cautela con que la mayoría de franquistas recibieron una democracia de la que se habían mofado y que habían prohibido durante 40 años, quizá para no levantar a una sociedad que, incluso sabiendo que eran culpables, los había incluido en la nueva forma de gobierno sin tener en cuenta su nefasta historia.
Como bien sabemos todos, su reacción no se ha hecho esperar. El pseudosindicato Manos limpias y Falange Española, un partido vinculado a los delitos contra los cuales las víctimas del franquismo piden reparación y justicia, han presentado querellas contra el Juez Garzón que el Tribunal Supremo ha aceptado a trámite y por las que será juzgado, por atreverse a investigar estos crímenes, convirtiéndose en la primera persona juzgada en relación con los centenares de miles de asesinatos y desaparecidos durante la guerra civil y la posguerra, pero NO acusada por cometerlos ni por pretender castigar a los culpables, sino por haber intentado ayudar a las familias de las víctimas a encontrarlos y desenterrarlos, haciendo visibles sus delitos a la sociedad y a la Historia. Este es el crimen por el que se le juzga.
Tantas veces, y ahora de nuevo, nos hemos preguntado cómo era posible que la llamada justicia hubiera prohibido partidos políticos por el hecho de no condenar al terrorismo y nunca se hubiera planteado prohibir el partido que practicó el terrorismo de Estado durante tantos años.
Pero el Constitucional no solo defiende el silencio ante las ignominias cometidas por la dictadura, sino que aprovecha para pretender inhabilitar al Juez Garzón, a fin de que sus investigaciones llevadas a cabo en relación con el caso Gürtel sean anuladas por defecto de forma y toda la corrupción que afecta a altos cargos del PP quede borrada de la memoria y de la justicia, igual que los crímenes del franquismo.
Así queda confirmado, por si alguien no lo sabía aún, lo que vio el viejo republicano en el momento de la Transición: que nuestra justicia y nuestra democracia acaban donde comienzan los crímenes del franquismo y los delitos de quienes le son fieles, y que quien se atreva a pasar esta frontera será marginado de la vida pública y profesional y condenado. El poder en España sigue defendiendo el franquismo, tal vez por no desmentir las palabras del dictador, su amado líder, quien aseguró que lo dejaba todo “atado y bien atado”.
Se nos acusa de actuar contra la Transición, lo que quizá sea cierto, pero ¿acaso unos jueces que juraron fidelidad a los inamovibles principios del movimiento tienen algo que ver con esa Transición?
No solo estamos aquí para apoyar a Garzón por la persecución de la que es objeto. Estamos aquí para defender a las víctimas del franquismo y de la Falange, pero también para luchar contra la supervivencia del franquismo en las Instituciones del Estado, para reivindicar una forma de pensar y de creer y de luchar, para recuperar nuestra Historia y nuestra Memoria, para reclamar Justicia y para conseguir una Democracia plena. Sobre todo estamos aquí como ciudadanos para protestar contra lo que no es ni ético ni racional y participar así en una vida pública más digna.
Rosa Regàs es una reconocida escritora catalana, ex–directora de la Biblioteca Nacional de España (2004-7). Veterana militante del antifranquismo, nunca ha dejado de estar comprometida con la causa de la democracia republicana y del socialismo.
Cuando se produjo lo que Vivenç Navarro ha definido como “inmodélica transición”, a un viejo republicano que había vivido en el exilio durante muchos años, al ver que el régimen nacido de un golpe de estado se convertía en democracia con paz franciscana, borrando la memoria de tanta injusticia y tantos sufrimientos, y dejaba a la República legalmente constituida en vía muerta, se le llenó el alma de amargura y decepción, se encerró en sí mismo y no volvió a hablar nunca más. Murió cinco años después, en 1984.
Fueron muchos los que lo acusaron de no querer dialogar, de quedarse en el pasado y de no volver a mirar hacia un futuro democrático que la transición, decían, nos aseguraba.
Han pasado los años y poco a poco, el miedo a los fascistas y a sus crímenes, que habían mantenido el país en un orden siniestro durante 40 años, ha ido desapareciendo y no sólo las familias de los centenares de miles de víctimas de la dictadura, sino buena parte de la sociedad, reclama para ellas, las victimas del fascismo español, la justicia y la memoria que pretendían ser anuladas con una ley de amnistía decretada incluso antes de ser promulgada la Constitución. Una amnistía, pues, pre-constitucional pero, además, no aplicable a los crímenes contra la Humanidad (como el genocidio y las desapariciones) en virtud de la Declaración de los Derechos Humanos y de diversos Convenios Internacionales suscritos y ratificados todos por España y que, según la Constitución, forman parte de nuestro ordenamiento.
Pero también ha desaparecido toda la cautela con que la mayoría de franquistas recibieron una democracia de la que se habían mofado y que habían prohibido durante 40 años, quizá para no levantar a una sociedad que, incluso sabiendo que eran culpables, los había incluido en la nueva forma de gobierno sin tener en cuenta su nefasta historia.
Como bien sabemos todos, su reacción no se ha hecho esperar. El pseudosindicato Manos limpias y Falange Española, un partido vinculado a los delitos contra los cuales las víctimas del franquismo piden reparación y justicia, han presentado querellas contra el Juez Garzón que el Tribunal Supremo ha aceptado a trámite y por las que será juzgado, por atreverse a investigar estos crímenes, convirtiéndose en la primera persona juzgada en relación con los centenares de miles de asesinatos y desaparecidos durante la guerra civil y la posguerra, pero NO acusada por cometerlos ni por pretender castigar a los culpables, sino por haber intentado ayudar a las familias de las víctimas a encontrarlos y desenterrarlos, haciendo visibles sus delitos a la sociedad y a la Historia. Este es el crimen por el que se le juzga.
Tantas veces, y ahora de nuevo, nos hemos preguntado cómo era posible que la llamada justicia hubiera prohibido partidos políticos por el hecho de no condenar al terrorismo y nunca se hubiera planteado prohibir el partido que practicó el terrorismo de Estado durante tantos años.
Pero el Constitucional no solo defiende el silencio ante las ignominias cometidas por la dictadura, sino que aprovecha para pretender inhabilitar al Juez Garzón, a fin de que sus investigaciones llevadas a cabo en relación con el caso Gürtel sean anuladas por defecto de forma y toda la corrupción que afecta a altos cargos del PP quede borrada de la memoria y de la justicia, igual que los crímenes del franquismo.
Así queda confirmado, por si alguien no lo sabía aún, lo que vio el viejo republicano en el momento de la Transición: que nuestra justicia y nuestra democracia acaban donde comienzan los crímenes del franquismo y los delitos de quienes le son fieles, y que quien se atreva a pasar esta frontera será marginado de la vida pública y profesional y condenado. El poder en España sigue defendiendo el franquismo, tal vez por no desmentir las palabras del dictador, su amado líder, quien aseguró que lo dejaba todo “atado y bien atado”.
Se nos acusa de actuar contra la Transición, lo que quizá sea cierto, pero ¿acaso unos jueces que juraron fidelidad a los inamovibles principios del movimiento tienen algo que ver con esa Transición?
No solo estamos aquí para apoyar a Garzón por la persecución de la que es objeto. Estamos aquí para defender a las víctimas del franquismo y de la Falange, pero también para luchar contra la supervivencia del franquismo en las Instituciones del Estado, para reivindicar una forma de pensar y de creer y de luchar, para recuperar nuestra Historia y nuestra Memoria, para reclamar Justicia y para conseguir una Democracia plena. Sobre todo estamos aquí como ciudadanos para protestar contra lo que no es ni ético ni racional y participar así en una vida pública más digna.
Rosa Regàs es una reconocida escritora catalana, ex–directora de la Biblioteca Nacional de España (2004-7). Veterana militante del antifranquismo, nunca ha dejado de estar comprometida con la causa de la democracia republicana y del socialismo.
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