sábado, 14 de noviembre de 2009

MARIA EXPOSITO

María Expósito nunca fue propietaria de cucharas repletas,

fue dueña de todos los horrores con los que la pobreza obsequia,

fue madre pero madre harapienta.



Condenada a vivir sin armisticios

no miró dormir a sus hijos

y se alejó goteando su jornal y su decencia.



Deshilachadas alpargatas arrastran tristezas,

sucio el delantal de impotencia

y el llanto azul de los niños

que la persiguen presagiando soledades y miseria.



María Expósito aprendió a hacer con su dolor remiendos,

aprendió a no dormir por temor a los deseos

aprendió a sollozar en secreto

aprendió que si el amor puede arrancarse de cuajo

también el recuerdo

y experta en ausencias

ofreció sus senos espléndidos

a quien quisiera dar, a cambio de leche,

un jergón, una hogaza de pan seco

y silencio.



María Expósito amamantó a niños risueños.

Quiso quererlos

pero le lastimaba el territorio que pertenecía a otros dueños.

Mientras alimentaba hijos ajenos

ella viajaba lejos,

allá donde otros niños apuestan por su regreso.

Después, con el bebé satisfecho,

guardaba los pechos,

las canciones,

los sueños.



María expósito murió una tarde de invierno.

Murió con los pechos resecos,

con su dolor completo.

Murió sin decir nada,

ni un solo niño rico agradeció el alimento a esta mujer callada,

ni un solo niño rico la reconoció mendigando, anciana.



María expósito murió aquella tarde helada,

vestida sin pulcritud,

con su muerte solitaria.

María expósito, una mujer entre tantas.


Silvia Delgado Fuentes

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso poema, intenso y lleno de ternura, duele María expósito en mi corazón.