jueves, 8 de enero de 2009

LOS AMANTES DEL NEOLÍTICO


Detuvieron el tiempo
justo en el instante fugaz
en que se inaguraba la muerte.

Y con él
detuvieron también la mirada profunda
de los enamorados,
las caricias ardiendo
en las manos ya muertas,
sus cabezas retratadas
en la proximidad del beso,
el abrazo más tierno
que haya existido jamás,
un te quiero tan sincero que viaja
de unos labios a otros
a través de la sonrisa.

Que privilegio morir así,
como se ha vivido,
juntos,
-Siempre juntos-
amándose hasta momento último
del último de los suspiros.

Que hermoso desfallecer
en los brazos del amado.

Al verlos,
parece que sonrieran todavía,
que aun jugasen a estar vivos,
que supieran que su amor
iba a convertirse en eternidad.
Parece que se estén contando
secretos íntimos al oído,
anécdotas de tiempos felices
en los que caminaron de la mano
por la vereda del río.

Parece
al ver su foto,
que supieran que la muerte los andaba esperando,
que ya no les daba más cancha,
que ese era el último momento,
su momento último.
Y se fueron de la única forma
que podían hacerlo,
queriéndose,
amándose,
más allá del tiempo y la palabra,
más allá del azar, del destino,
de la distancia, de las eras,
de los siglos;
de los años y los minutos,
de los segundos,
más allá de su inevitable destino.

Parece que supieran,
que era esa la única forma
de sobrevivir a su propia muerte

...morir amándose.

Juan Antonio González Molina

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