En nuestro país la información sobre Venezuela está sometida a una clara intencionalidad política que excede cualquier norma habitual. Basta observar el modo en que se presenta lo que allí sucede para darse cuenta de que, si no se tratase de la nación donde gobierna Hugo Chávez, el sesgo sería muy distinto. Sucesos que hubiesen sido irrelevantes en otros lugares adoptan protagonismo y una presentación excepcional al tratarse de Venezuela.
Hace pocos días, las agencias anunciaron la prohibición en Venezuela del refresco Coca-Cola Zero y, aunque mencionaban las declaraciones del ministro venezolano, según el cual la retirada de la venta se ha debido a la presencia de un determinado compuesto químico, los medios relacionaron la noticia con la conflictividad laboral de la empresa y sus malas relaciones con el Gobierno. Un periódico llegó a titularla así: “Coca-Cola cede al enfrentamiento con Chávez y retira su bebida”. Las agencias no explicaron que el edulcorante que contiene la fórmula química de esa modalidad de refresco en América Latina ya está prohibido en EEUU, Canadá y otros muchos países porque no ha pasado con éxito las pruebas de inocuidad para el consumo. Venezuela se ha limitado a aplicar los mismos criterios de sanidad alimentaria que las autoridades norteamericanas.
Hace un mes fue noticia la compra, por parte del Estado venezolano, del Banco de Venezuela, propiedad del grupo Santander, tras haber llegado a un acuerdo con los accionistas. Los titulares personalizaron dicha transacción al afirmar que quien compraba era Hugo Chávez; incluso se llegó a titular “Chávez se convierte en el primer banquero de Venezuela” y “El Santander entrega el Banco de Venezuela a Chávez por 755 millones”. De ese modo se presentó la decisión gubernamental de negociar la compra de un banco como una iniciativa personal del presidente al insinuar, de manera muy poco subliminal, que un individuo con ansia de poder, no un Estado, compraba el banco. ¿Qué nos hubiera parecido un titular opuesto, por ejemplo, “Botín se embolsa 755 millones de todos los venezolanos”? Cuando Estados Unidos adquirió una gran parte de la banca de su país a primeros de año, no se tituló que Bush u Obama compraban bancos.
La personalización en Chávez de las decisiones del Estado venezolano resulta obsesiva para la gran prensa, que siempre intenta ligar el nombre del presidente a las prohibiciones. Cuando las autoridades tributarias venezolanas multaron a la empresa que había organizado una exposición que utilizaba cadáveres y órganos humanos plastificados por no haberlos declarado en la aduana, se tituló “Hugo Chávez prohíbe la exposición Bodies Revealed”. Una semana después la situación se repitió en Francia, pero el titular fue “La Justicia francesa
prohíbe la exposición de cadáveres Our Body”. Lo que en este segundo caso se presentó como una decisión de las autoridades judiciales, en el primero, a pesar de que también era una orden de funcionarios de la Fiscalía, se anunció como una prohibición presidencial.
Y por si alguien pensaba que la cobertura no podía llegar al absurdo, veamos cómo se informó hace un año una decisión del Consejo Nacional de Telecomunicaciones venezolano, el cual estableció que una televisión privada debía sacar del horario infantil la serie de dibujos animados Los Simpsons. Es de saber que el largometraje sobre esta misma familia, que se proyectó en los cines, está calificado para mayores de 13 años en todos los países. Sin embargo, aquella decisión provocó titulares como “Chávez censuró Los Simpsons”, “Hugo Chávez ataca hasta a los dibujos animados” o “Chávez estrangula a Los Simpsons”. Un mes después, el Consell de l’Audiovisual de Catalunya tomó una decisión similar sobre el horario de programación del pressing catch por entender que tampoco era recomendable para los niños y, como viene siendo la norma, la noticia no fue más allá del ámbito local. ¿Qué hubiéramos pensado si alguien hubiese titulado “Montilla estrangula el pressing catch”?
La información sobre Venezuela tiene una presencia abrumadora en los medios españoles. Andrés Izarra, ex ministro de Comunicación de ese país, elaboró un estudio en el cual mostraba que en un período de sólo dos meses, el principal periódico español publicó 142 artículos sobre Venezuela, una media de 2,4 al día. Por supuesto, todos ellos con una tendencia claramente negativa y contraria al Gobierno venezolano. Ese protagonismo tiene como objetivo crear la imagen de un país en crisis y convulsión continua, aunque allí no esté sucediendo nada anormal. En contraposición, otros gobernantes no tienen presencia en los medios, con vistas a no desgastarlos y permitirles que apliquen sin molestia alguna sus políticas neoliberales. Hemos podido observar cómo el nombre del presidente de México apenas se ha mencionado en las informaciones sobre la crisis de la gripe porcina en ese país.
Si hubiéramos preguntado hace once años a los españoles quién era el presidente de Venezuela, muy pocos hubieran sabido responder. Hoy nadie lo desconoce. El barómetro anual del Real Instituto Elcano, que mide el conocimiento de los españoles sobre política internacional, revelaba en 2007 que mientras el 45% de los consultados respondieron “no sabe/no contesta” a la pregunta de si el acuerdo del Tratado de Lisboa se parece, o no, al que se votó en España en el referéndum sobre la Constitución Europea, el 90 % de ellos tenían una clara opinión sobre el presidente de Venezuela. Eso mostraba que los medios habían logrado mediante su agenda consolidar una determinada imagen de Hugo Chávez, aunque prestasen menos atención a la carta magna europea. Quién sabe si, gracias al papel ejercido por la prensa, los españoles hubieran sido más proclives a votar en cualquiera de las muchas elecciones venezolanas recientes de lo que lo han hecho este mes en las europeas.
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