De repente el mundo se detuvo para ellos. Para ellos, cuyo tiempo siempre transcurría un poco más lento, como para muchos otros.
Imagino a un niño inventando el mejor de los juegos tan sólo con una piedra, o una rama. Quizás este nuevo juego era mucho mejor que el más moderno juguete capitalista, pero los niños de ese otro mundo jamás lo sabrían, nada fuera de su sistema tendría valor.
Imagino a una mujer llorando por no tener cómo alimentar a sus hijos y a un hombre desgarrado de impotencia por no saber cómo seguir. Imagino que el niño sería hijo de ese hombre y esa mujer, pero no sería el único.
Imagino a una joven que llega a Puerto Príncipe intentando escapar de la miseria, quizás con la vana ilusión de que lo lograría. Imagino que habría dejado a su familia y quizás a algún novio. Pero todo valía la pena para ella.
Imagino una isla perdida, de la cual nadie se acordaba. Imagino a sus habitantes sufriendo todo tipo de dolencias. Imagino que el dolor sólo podía curarse con alguna sonrisa aislada, pero que no duraría ya que, a la mañana siguiente, otra vez necesitarían comer y beber y no tendrían los medios para hacerlo, o de pronto verían a alguien morir porque sí, porque no tenía como vivir.
Imagino que en esa isla, tal como dije al principio, el tiempo no transcurría como para nosotros. Y quizás eso estaba muy bien para sus habitantes, aunque sufrieran profundamente sus consecuencias.
Imagino de pronto que el niño que jugaba en la calle no se sintió bien, un pequeño mareo, pensó. Un pequeño mareo que surge de varios días sin ingerir nada. Luego el niño habría querido pararse para entrar adonde estaba su mamá. Pero en el camino se debilitó más aún y cayó al suelo. Imagino que no volvió a levantarse nunca más.
Imagino a una población desganada, atormentada, lastimada, quebrada, que de pronto sintió un leve temblor y luego una fuerte desesperación. Imagino que todos ya sabían que iban a morir, pero no en esas circunstancias. Imagino a la gente corriendo desbordada e imagino a quienes no pudieron correr. Imagino a un niño, a una mujer, a un hombre y a una joven, bajo los escombros de la catástrofe. Los imagino queriendo sobrevivir y pienso que quizás muchos de ellos lo logren, ya que estaban acostumbrados a subsistir sin víveres. Imagino que sólo aguardaban la muerte, que no esperaban salir.
Imagino filas y filas de militares estadounidenses bajando a la isla. Imagino sus armas y el terror de algún joven que temía que de pronto alguien baje de ese avión con la bandera de estrellitas y la clave en su suelo.
Imagino que nos estamos olvidando de algo. Imagino que ese olvido se debe a que siempre sentimos el dolor en la estocada final. Imagino que de esto, al menos, podríamos aprender mucho. Imagino que las potencias que hoy se mueven por esta gran catástrofe podrían empezar a moverse con antelación por los pueblos que se van muriendo de a poquito.
Imagino que no hay nadie en ese lugar que no hubiese estado esperando la muerte. Y eso duele más aún que la muerte en sí.
Soledad Arrieta
Imagino a un niño inventando el mejor de los juegos tan sólo con una piedra, o una rama. Quizás este nuevo juego era mucho mejor que el más moderno juguete capitalista, pero los niños de ese otro mundo jamás lo sabrían, nada fuera de su sistema tendría valor.
Imagino a una mujer llorando por no tener cómo alimentar a sus hijos y a un hombre desgarrado de impotencia por no saber cómo seguir. Imagino que el niño sería hijo de ese hombre y esa mujer, pero no sería el único.
Imagino a una joven que llega a Puerto Príncipe intentando escapar de la miseria, quizás con la vana ilusión de que lo lograría. Imagino que habría dejado a su familia y quizás a algún novio. Pero todo valía la pena para ella.
Imagino una isla perdida, de la cual nadie se acordaba. Imagino a sus habitantes sufriendo todo tipo de dolencias. Imagino que el dolor sólo podía curarse con alguna sonrisa aislada, pero que no duraría ya que, a la mañana siguiente, otra vez necesitarían comer y beber y no tendrían los medios para hacerlo, o de pronto verían a alguien morir porque sí, porque no tenía como vivir.
Imagino que en esa isla, tal como dije al principio, el tiempo no transcurría como para nosotros. Y quizás eso estaba muy bien para sus habitantes, aunque sufrieran profundamente sus consecuencias.
Imagino de pronto que el niño que jugaba en la calle no se sintió bien, un pequeño mareo, pensó. Un pequeño mareo que surge de varios días sin ingerir nada. Luego el niño habría querido pararse para entrar adonde estaba su mamá. Pero en el camino se debilitó más aún y cayó al suelo. Imagino que no volvió a levantarse nunca más.
Imagino a una población desganada, atormentada, lastimada, quebrada, que de pronto sintió un leve temblor y luego una fuerte desesperación. Imagino que todos ya sabían que iban a morir, pero no en esas circunstancias. Imagino a la gente corriendo desbordada e imagino a quienes no pudieron correr. Imagino a un niño, a una mujer, a un hombre y a una joven, bajo los escombros de la catástrofe. Los imagino queriendo sobrevivir y pienso que quizás muchos de ellos lo logren, ya que estaban acostumbrados a subsistir sin víveres. Imagino que sólo aguardaban la muerte, que no esperaban salir.
Imagino filas y filas de militares estadounidenses bajando a la isla. Imagino sus armas y el terror de algún joven que temía que de pronto alguien baje de ese avión con la bandera de estrellitas y la clave en su suelo.
Imagino que nos estamos olvidando de algo. Imagino que ese olvido se debe a que siempre sentimos el dolor en la estocada final. Imagino que de esto, al menos, podríamos aprender mucho. Imagino que las potencias que hoy se mueven por esta gran catástrofe podrían empezar a moverse con antelación por los pueblos que se van muriendo de a poquito.
Imagino que no hay nadie en ese lugar que no hubiese estado esperando la muerte. Y eso duele más aún que la muerte en sí.
Soledad Arrieta
2 comentarios:
Desolador pero cierto Soledad.
Tal vez ya esten muertos y no lo saben.
Tal vez muchos ahora lamenten no haber perecido en el terremoto.
Diez años para dejarlo como estaba afirman, y las conciencias del mundo quedan tranquilas. ¿Como estaba?, ¿Y para convertirlo en un lugar digno para el ser humano cuantos años?, ¿veinte?, ¿treinta?, ¿Nunca quizas? Quizas nunca.
Nadie libera a sus esclavos sin obtener nada a cambio.
¿Perdonar a Haiti la deuda con el Banco Mundial? Nunca. Cinco años de plazo a la deuda y los prestamistas del FMI reclamaran sus intereses de banquero.
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