martes, 1 de diciembre de 2009

LOS VERDADEROS PIRATAS

Por Joaquim Sempere

En 1991 se hundió el orden político de Somalia, país que sucumbió a unaguerra civil empeorada por la intervención estadounidense. El colapsopolítico dejó la sociedad somalí sin defensas, situación que fueaprovechada por navíos procedentes de Europa, Estados Unidos, China y otrospaíses para verter en sus aguas grandes cantidades de residuos tóxicos yradioactivos. El abuso se hizo visible cuando, en 2005, un tsunami depositóen las playas y costas somalíes bidones corroídos y otras muestras de estosresiduos. Según el enviado de las Naciones Unidas en Somalia AhmadouOuld-Abdallah, la porquería tóxica acumulada en pocos días por lacatástrofe marina provocó úlceras, cánceres, náuseas y malformacionesgenéticas en recién nacidos y, al menos, 300 muertes.Pero las desgracias no terminan ahí. Aprovechando el desgobierno, unamultitud de barcos de pesca empezó a faenar en las aguas frente al país,incluidas sus aguas territoriales. En 2005 se calculó que pescaron allíunos 800 barcos de distintos países, muchos de ellos europeos y, másespecíficamente, españoles. Se estima que los ingresos generados durante unaño por esta pesca extranjera ilegal ascendía a 450 millones de dólares. Elresultado fue la rápida disminución de unas reservas pesqueras que eran elprincipal recurso para las comunidades de pescadores del país, catalogadocomo uno de los más pobres del mundo.Un reportaje de Al Yazira informa de que grupos de somalíes trataron deconstituir un cuerpo autodenominado “Guardacostas Voluntarios de Somalia”,reuniendo dinero con el que pagar a la empresa estadounidense HartSecurity, que se dedica a entrenar y formar luchadores y mercenarios portodo el mundo –y que, años más tarde, ha actuado como mediadora para elcobro de rescates en aquellas mismas aguas: ¡negocio redondo!–. Al parecer,hubo intentos de esos guardacostas voluntarios de negociar con los buquesde pesca extranjeros para que dejaran de faenar o pagaran un impuesto paraseguir haciéndolo, intentos que resultaron fallidos. El desenlace final fuelo que hoy se califica como piratería somalí. En un país plagado de armas,desgarrado por bandas rivales y sometido a una situación económicadesesperada, un desenlace así no debería sorprender. A la vista de loanterior es legítimo preguntarse: ¿quiénes son, en esta historia, losverdaderos piratas?Hay en España quien propone que los atuneros españoles (que son sobre todovascos) lleven militares a bordo para disuadir a los piratas. En elParlamento vasco, los votos del PP y el PNV han hecho posible el pasado 8de octubre aprobar una moción en esta línea. El Congreso ya lo habíadescartado meses antes arguyendo que la legislación española no lo permite.Francia sí lo permite, y hace tiempo que en el Índico los barcos de pescafranceses llevan militares a bordo. Pero esta diferencia es de detalle:ambos países lograron que el 10 de diciembre de 2008 los ministros deDefensa de la Unión Europea aprobaran la llamada Operación Atalanta contrala piratería somalí, y que se diera luz verde al envío de entre 6 y 10buques de guerra para “garantizar la seguridad” en el golfo de Adén con elmandato de vigilar las costas de Somalia, “incluidas sus aguasterritoriales”.Estos hechos muestran que el colonialismo no sólo no ha muerto, sino queestá tomando nuevos bríos. Y un nuevo aspecto marcado por la crisis derecursos naturales, en este caso la pesca. Las flotas pesqueras de lospaíses ricos, compuestas por buques con capacidad para moverse por todoslos mares del mundo, esquilman un caladero tras otro: son las principalesculpables de la sobrepesca que desde hace años viene destruyendo lacapacidad de regeneración de las especies marinas y preparando un colapsode las capturas a escala mundial. Las primeras perjudicadas son laspoblaciones de los países pobres que dependen de la pesca local: ellascarecen de flotas potentes para pescar lejos de sus costas. El caso somalíes uno de los más sangrantes por las circunstancias políticas internas,pero no es el único.España está recuperando sus blasones imperiales contribuyendo a empobrecera uno de los países más pobres del mundo. Al hacerlo no sólo comete unainjusticia, sino que practica una política sin futuro también para sushabitantes. Porque cuando ya no haya caladeros por explotar en ningúnrincón del mundo, ¿qué harán nuestros marineros y pescadores?Es una indignidad aprovecharse de un país desangrado por una guerra civil yluego mandar a los soldados a defender una causa indefendible que no hacemás que profundizar la tragedia de ese pueblo. Y si se quiere mirar desdeotra óptica, ¿cuánto nos cuesta mantener la dotación de dos buques deguerra, un avión y 395 efectivos de la Marina española que tenemosdestacados en la zona?El caso tiene su moraleja. Un país desarrollado como España no debe, trasagotar sus propios recursos pesqueros, expandirse por los mares del mundoprivando a otras poblaciones más pobres de sus medios de subsistencia,porque agrava la situación de esas poblaciones y las empuja a unaresistencia que desemboca en aventuras violentas y salidas militares. Lasolución hay que buscarla en casa, adaptándose a unos ecosistemas dañados ygestionándolos mejor (por ejemplo, con la piscicultura como alternativa ala pesca), y adoptando medidas previsoras para que nadie se quede sintrabajo y sin fuente de ingresos. Es inquietante que se esté haciendoexactamente lo contrario: optar por la huida hacia delante y por unneoimperialismo ecológico reforzado militarmente que sólo puede redundar enun empeoramiento de la situación.
Joaquim Sempere es Profesor de Teoría Sociológica y SociologíaMedioambiental de la Universidad de Barcelona.

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